Convicción y caridad cristiana… ¿excluyentes entre sí?

fuerza de atracciónEn esta entrada, John Piper nos trae a la memoria el recuerdo de un pastor y teólogo del siglo XIX que, a pesar de sus convicciones, huyó de las etiquetas que fácilmente lo encasillan a uno e, inevitablemente, lo confrontan a otros.

En este blog (sin entrar en polémicas estériles o en descalificar abiertamente a otros que puedan mantener énfasis o acentos distintos al nuestro) creemos que la postura y el tono adoptado por hombres como Charles Simeon es la más beneficiosa para el avance del Evangelio; pues ésta es, sin duda, la causa común que nos une a tantos otros que a diario y desde virtualmente todos los rincones del mundo escriben o publican en la blogesfera desde una convicción cristiana.

Os animo a leer estas palabras de Piper sobre el testimonio de un hombre que vivió y ministró con convicción (y una fidelidad inquebrantable a la autoridad de la Palabra), y aún así no dejó de esforzarse en el ejercicio de esa caridad cristiana –no una mera coordialidad- a la que indudablemente estamos llamados en nuestro trato los unos con los otros.

Es probable que Simeon ejerciera su influencia por medio de su continua predicación bíblica año tras año. Esta fue la labor central de su vida. Vivió lo suficiente para poner en las manos del rey Guillermo IV en el año 1833 los ventiún volúmenes completos de su colección de sermones. Esta es la mejor obra para investigar su teología. Se pueden encontrar sus puntos de vista en casi todos los textos clave de la Biblia. Eso es lo que él quería ser por encima de todas las etiquetas teológicas: bíblico.

No quería que lo clasificaran como calvinista, ni como arminiano. Quería ser fiel por completo a las Escrituras y darles a todos los textos su proporción debida, tanto si sonaban arminianos, como si sonaban calvinistas. Sin embargo, era conocido como evangélico calvinista, y con razón. Al leer partes de sus sermones sobre textos relacionados a la elección, el llamado eficaz y la perseverancia, lo he encontrado sin inhibiciones en su afirmación de lo que llamaban los puritanos «las doctrinas de la gracia». De hecho, usa de manera aprobadora esta misma frase en su sermón sobre Romanos 9:19-24.

En cambio, tenía muy poca simpatía por los calvinistas faltos de caridad. En un sermón sobre Romanos 9:16 dice:

Muchos hay que no pueden ver estas verdades [las doctrinas de la soberanía de Dios], y que sin embargo se hallan en un estado verdaderamente agradable a Dios; sí, muchos a cuyos pies tal vez los mejores de nosotros se sentirían contentos de ser hallados en el cielo. Es un gran mal el que se haga de esas doctrinas motivo de separación entre unos y otros, y que los defensores de los diferentes sistemas se anatematicen unos a otros… En relación con verdades que se hallan envueltas en tanta oscuridad, como las que se referen a la soberanía de Dios, la bondad y la concesión mutuas son muchísimo mejores que las vehementes discusiones y los comentarios faltos de caridad.

Vemos un ejemplo de la forma en que vivía este consejo en la forma en que conversó con Juan Wesley, ya anciano este último. Él mismo relata la historia:

Señor, tengo entendido que a usted se lo califica de arminiano, y que a mí algunas veces me han llamado calvinista; por consiguiente, me imagino que debemos sacar nuestras dagas. Pero antes de consentir en comenzar el combate, con su permiso le voy a hacer unas pocas preguntas. Dígame, señor: ¿Se siente usted una criatura depravada, tan depravada que nunca se le habría ocurrido volverse a Dios, si Dios no lo hubiera puesto primero en su corazón?

Sí, así mismo es.

Y, ¿desespera usted por completo de la idea de recomendarse a sí mismo ante Dios por algo que pueda hacer, para buscar la salvación solamente por medio de la sangre y la justicia de Cristo?

Sí, solo por medio de Cristo.

Pero, señor, suponiendo que usted fue salvado por Cristo en primer lugar, ¿acaso no ha de salvarse a sí mismo después de una u otra forma por sus propias obras?

No; es Cristo quien me debe salvar desde el principio hasta el fin.

Entonces, dando por sentado que usted fue transformado primeramente por la gracia de Dios, ¿acaso no debe mantenerse a sí mismo de una u otra forma en su propio poder?

No.

Y entonces, ¿qué? ¿Es necesario que Dios lo lleve en sus brazos cada hora y cada momento, de una forma muy parecida a como una madre lleva a su bebé en sus brazos?

Sí, totalmente.

Y, ¿tiene puesta toda su esperanza en que la gracia y la misericordia de Dios lo mantengan para llevarlo a su Reino celestial?

Sí; no tengo esperanza más que en Él.

Entonces, señor, con su permiso, voy a envainar mi daga de nuevo, porque esto es todo mi calvinismo; esta es mi elección, esta es mi justificación por la fe, mi perseverancia fianl: en sustancia es lo que yo sostengo y, por consiguiente, por favor, en lugar de estar buscando aquellos términos y expresiones que sean motivo de contienda entre nosotros, nos uniremos cordialmente en aquellas cosas en las que estamos de acuerdo.

Sin embargo, no piense que esto significa que Simeon no llegara al fondo cuando exponía los textos bíblicos. Era muy franco al explicar lo que enseña la Biblia y al llamar al error por su verdadero nombre. Pero tenía celo por no desequilibrar las cosas.

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* John Piper, Las Raíces de la Perseverancia (pp. 98-100).

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