¿Cómo va nuestro índice de popularidad?

popularidadEn 1985, Harrison Ford (que el año pasado estrenó la última entrega del incombustible Indiana Jones) protagonizó una gran película titulada ”Único Testigo.” La película trata, más o menos, de un policía que vive infiltrado en una comunidad rural para descubrir el asesinato que un niño de esa misma comunidad (el único testigo en cuestión) presenció de forma involuntaria. La comunidad rural de la que hablamos era una comunidad Amish, un grupo evangélico de corte fundamentalista  que tiene sus raíces en la Reforma Radical de los Anabaptistas en la Suiza del s. XVI, aunque no llegan a distinguirse como Amish hasta finales del s.XVII… curiosamente, el siglo de la revolución científica.

De hecho, los Amish se caracterizan, entre otras cosas, por un uso restringido y en algunos casos casi absoluto de cualquier tipo de tecnología moderna, como coches, teléfono o electricidad. La imagen típica es la de gente vestida de negro o azul, con ropas sin botones y montados en un carro tirado por una mula o un caballo.

Como evangélicos, y como hombres y mujeres de la sofisticada cultura occidental, por supuesto, no queremos que se nos identifique con grupos tan radicales como los Amish; porque «aunque ya no somos del mundo todavía estamos en el mundo», ¿no es así? Por cierto, ¿en qué lugar de la Biblia se encuentran estas palabras de Jesús? Es más, ¿acaso son estas las palabras que salieron de sus labios? Veamos:

“Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece (Juan 15:18-19).

Evidentemente, a nadie le gusta ser aborrecido. Nos horroriza la idea de ser Amish, de vestirnos con el tipo de ropa equivocada, de no hablar de la forma adecuada, de no ir a la última; de no ser relevantes y por lo tanto, de sufrir persecución, burla o, aún peor, la indiferencia del mundo a nuestro alrededor. Pero, ¿dónde está  (o debería estar) nuestro deseo?; ¿en tener a Cristo y pertenecerle o en ser tenidos en cuenta por el mundo? ¿Está nuestro deseo en Dios o en el mundo?, ¿en el evangelio o en la carne que batalla contra nuestra alma?

Creo que más a menudo de lo que estaríamos dispuestos a admitir, vivimos tan dominados por el miedo a ser Amish, que nos amoldamos de tal forma al entorno y al contexto en medio del que nos encontramos que, finalmente, logramos pasar desapercibidos… como los camaleones… porque al final nos llegamos a parecer tanto (y hemos sido asimilados de tal manera en la cultura de nuestra época) que ya no hay apenas nada realmente distintivo en nosotros que produzca un estilo de vida que logre provocar, a pesar de la oposición (o antipatía que puedan tenernos a causa de nuestra fe) que la gente de alguna manera admire o glorifique a Dios… pues al final, no se trata de mantener o de aumentar nuestro índice de popularidad, sino el suyo. ¿Qué otra cosa, sino, significa vivir para la gloria de Dios?

2 respuestas

  1. Tan peligroso como desvanecerse es ocultarse, creo que dice la parábola de la sal y la luz. No conozco demasiado de los Amish, pero me parece que es una comunidad excluyente y no veo a Jesús todo el tiempo apartado en el desierto. Iba al centro del problema. No tenía miedo de mostrarse ni de hablar con quien sea, porque estaba enfocado en influir al otro y eso no se logra sin interés genuino y contacto personal.

  2. Absolutamente de acuerdo, Therat. Evidentemente, nuestro llamado no es a ser ni amish, ni luteranos, ni bautistas, menonitas o presbiterianos… si ello conlleva una actitud de reclusión, estancamiento o confrontación. Por el contrario, tampoco creo que nuestro llamado sea (al estilo emergente) el de pasar totalmente «desapercibidos» en medio de un clima ecléctico de espiritualidad que huye de «encasillamientos doctrinales» y pretende reinventar el cristianismo ya no en base sólo al testimonio y (por qué no) los límites que nos marca la Palabra; sino más bien respondiendo a la demanda de una sociedad que ha logrado superar los esteriotipos encorsetados de la modernidad para entender lo religioso y lo espiritual.

    Lo que quiero decir es que para huir del exclusivismo y la actitud sectaria de la que a veces padecemos como evangélicos, no tenemos que adoptar el sincretismo religioso al que nos lleva el relativismo y el pluralismo de la postmodernidad en la que vivimos. Es por eso que no podemos vivir dominados por el «miedo a ser amish», sin percatarnos de la presión que nuestro entorno ejerce para que nos conformemos a él, no sea que vayamos a caer en la desgracia de ver como se desploma nuestro índice de popularidad.

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