«La sonrisa escondida de Dios» es un libro escrito por John Piper, el cual forma parte de una serie titulada «Los cisnes no guardan silencio». En este volumen, el autor nos acerca a las vidas de John Bunyan, William Cowper y David Brainerd.
Después de leer sus historias, nos preguntamos cómo pudieron soportar lo que soportaron. ¿Cómo se sobrevive a doce años en una húmeda celda de la prisión? ¿Cómo se sobrevive mes tras mes a una depresión que debilita tanto, que la muerte parece la única esperanza? ¿Cómo se soporta la tuberculosis? ¿O el cáncer, o el vacío interior, o la muerte, o la soledad, o el divorcio?
Cualquiera que sea la prueba, ¿cómo se soporta sin que el alma se marchite y se la lleve el viento?
En las vidas de John Bunyan, William Cowper y David Brainerd encontramos la fortaleza del alma que no solo soporta las dificultades, sino que honra a Dios en medio de ellas. El Dador y Sustentador de la vida los capacitó para adorar en medio de todos sus sufrimientos. Esa la razón de que su aflicción diera tanto fruto. La historia de sus sufrimientos, de su perseverancia y de su pasión puede inspirar en nuestras vidas la misma hambre por la supremacía de Dios.
John Piper nos invita a leer sus historias, meditar en sus vidas y sentirnos animados al saber que nunca hay un esfuerzo ni sufrimiento en la senda de la obediencia cristiana que sea en vano.
El propio Brainerd, que pasó una vida llena de sufrimiento hasta su muerte a los 29 años, decía lo siguiente acerca de este sufrimiento y del consuelo de Dios:
Tales fatigas y penalidades sirven para desarraigarme más de la tierra; y, confío, me harán el cielo mucho más dulce. Al principio, cuando me exponía al frío o la lluvia, me consolaba con los pensamientos de disfrutar una casa cómoda, un fuego caluroso, y otros consuelos exteriores; pero ahora éstos tienen menos lugar en mi corazón (a través de la gracia de Dios) y miro más al consuelo de Dios. En este mundo espero tribulación; y ya no me parece extraño; me consuela pensar que podría ser peor; cuántas pruebas mayores han soportado otros hijos de Dios, y cuánto más se reserva todavía quizás para mí. Bendito sea Dios, Él es mi consuelo en mis pruebas más agudas; pues ellas son asistidas frecuentemente con gran alegría.
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